El juego es libre, pero
marcado y reglado. Es libre
porque nunca queda apuntado qué es lo que se debe hacer, sólo lo que no
está permitido. Su
resultado es siempre incierto, inesperado, jamás se sabe cómo terminará un juego. Se
desatan las cosas de sus significados convenidos o de sus funciones de utilidad, para
devolverlas a su estado libre.
El juego se desenvuelve
en un espacio y un tiempo que le son propios. Se aparta de la vida corriente,
tiene un comienzo y un final, está separado de cualquier otra actividad, está encerrado en sí
mismo. Los niños pueden entrar y salir de ese espacio diciendo “cruz y raya”: la contraseña
para atravesar la frontera del juego.
Se trata de un terreno reservado, protegido de
contaminaciones externas. El tiempo tiene un carácter espontáneo, es la
experiencia de un presente absoluto, del aquí y
ahora.
Susana Fernández de la Vega González
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