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INMORTALIDAD Y VIRUS


La muerte hasta  hace unos días  andaba  por ahí, a hurtadillas, entre esquinas ausentes, con esos otros sujetos lejanos, distintos y extraños, prácticamente invisible como ritual social de nuestros tiempos. Se trataba de mantenerla a distancia, como si no fuera con nosotros. Casi se ha ido convirtiendo, desde hace ya un tiempo, en una escena cinematográfica o en el objetivo principal del protagonista  de un video juego, en el que matar en definitiva no deja de ser eso, un juego.

Un juego, que se lo pregunten a la infancia, siempre dispuesta a darle vueltas a lo que angustia, con escenarios de muertes y disparos, escenas de hacerse el muerto y demás situaciones que buscan representar eso tan silenciado por el adulto, indispuesto como siempre para abordar con naturalidad lo que tiene que ver con la verdad.


La muerte angustia, es un tema recurrente en la clínica, nos confronta con la finitud de nuestra existencia, en ese sentido resulta más sencillo jugar con ella que mirarla a la cara.

No sé si recordarán nuestros pueblos,  y sus  rituales fúnebres, el sonido peculiar de las campanas, la gente agolpándose en las casas para despedir al difunto, el lloro desconsolado de las mujeres, la marcha fúnebre hasta el cementerio en el que  prácticamente participaba todo el pueblo.

Sin embargo, nuestra sociedad fluye bajo los imperativos de la moda y los avances científicos,  justo estos tratan de disipar la sombra de la muerte, no juegan con ella, ni disimulan, se centran en trasladar, a modo de único trayecto, la delirante idea de  la eterna juventud. Vivimos en una sociedad direccionada a la conquista de la inmortalidad, invirtiendo ingentes cantidades económicas en publicidad de productos estéticos, en mantener la perpetua belleza con la cirugía estética, en modas que visten prácticamente igual a una joven de 20 años que una señora de 60, o la posibilidad de congelar los cuerpos para una futura prolongación eterna.

El deporte, por ejemplo, mantiene activa la promesa de  mantenerse sano, joven y  físicamente fuerte. Y además de un modo constante, a través de programas de esfuerzo, de entrenamientos y con profesionales de todo tipo. El deporte ha conseguido lo que otras facetas del ser humano deberían asumir por coherencia, aunar diferentes disciplinas con un objetivo común; el rendimiento del deportista. Así la nutrición, la fisioterapia y la psicología deportiva se ponen a disposición del cuerpo máquina  para seguir y seguir trabajando  mantener la forma linealmente, sin que decaiga el nivel de esfuerzo. En ese constante, en esa linealidad se deja entrever el deseo más o menos consciente de rebatirle a la muerte su insistencia en la degradación del cuerpo por el mero hecho del paso del tiempo. Que conste que soy deportista.


Por lo tanto tenemos un discurso bastante general que viene a trazar un trayecto, una narrativa que sustituye las ideologías, los rituales culturales, marcando repetidamente, constantemente un discurso mercantil  que nos incrusta ese late motive de que todo es posible, absolutamente todo. Se trata de producir un borrado de que justamente somos seres en carencia de poderlo todo, aunque algunas cosas sí se pueden ir consiguiendo, aunque inevitablemente no todas. Entiéndase que deseamos por el hecho de estar en falta, o sea gracias a esa carencia que siempre andamos buscando, investigando, aprendiendo…  

Por lo tanto, tenemos por un lado la muerte como marcador simbólico ineludible y que viene avisando minuto a minuto, por el transcurso del tiempo, por el recorrido de las agujas del reloj, que cada vez su estela anda más cerca. Y por otro lado, como ya se ha señalado, ese imperativo social de estar saludable, de vivir sanamente, alimentándonos saludablemente, con más o menos actividad física, y eso sí, siendo feliz, que no es más que la opción, no hay otra y que si no la tomas es que no quieres. Como si ser feliz fuese un acto específicamente voluntario, borrando de un plumazo lo subjetivo, lo inconsciente. Y por supuesto nada de cultura y formación, ello queda fuera de los ideales sociales.

Entonces tenemos esas premisas garantizadoras, aseguradoras de que todo va bien, y que el mantenimiento adecuado te llevará, a pesar del paso del tiempo, a vivir en un cuerpo constantemente capaz de la metas a las que lo sometas, y además tienes la opción por simple elección de mantenerte narcotizado bajo los efectos de una píldora significado, que viene a decirte, que si no eres feliz es debido a tu negativa consciente a serlo.



Por lo tanto has de pasar los días trabajando y siendo rentable al sistema, cuanto más rápido y más atareado estás será señal de eficacia y tu imagen hacia los demás proyectará un áurea de admiración  y de nivel superior. Si a esto le vas añadiendo todas las posibilidades  terapéuticas que se te ponen a disposición, tu vida irá rodada. Vas poco a poco inscribiéndote en el limbo de la inmortalidad  ya que entre una cosa y la otra tendrás la garantía de mantenerte sano y salvo.

Un imperativo social que conlleva sí o sí tener éxito, mantenerse bien físicamente, disfrutar y sonreír, aunque bordeando el vacío de lo superfluo, y si además tienes amistades y me gustas en las redes, estarás rozando el paraíso.

Entonces la muerte queda del bando de los frágiles, reducto al que pertenecen  bajo la denostada fragilidad, al desamparo que vierte sus almas a algo tan miserable como es ir muriendo con el paso del tiempo.

La religión era y es una teoría amable, simpática de trasladar la muerte sobre los hombros de  los pecadores, siendo los buenos creyentes dirigidos a la vida eterna. Hoy esa promesa viene de la mano del mercado que vela nuestra finitud ya que la muerte nos convierte en iguales y se trata de diferenciarnos en función de los objetos, del rendimiento y el reconocimiento.

Este tiempo, este tsunami epidémico nos ha parado en seco, sobre el cielo, en mayor o menos medida, sobrevuela una sombra fría y distante que ha echado a un lado el megalomaniaco ritmo con el que vivimos cada día. Ritmo al que sólo las enfermedades orgánicas o los síntomas psíquicos consiguen  dar tregua, abrir un paréntesis.

Hoy mueren muchas personas, sin rituales, sin despedidas, de poco sirven la acumulación de cosas, las prisas cotidianas o la percepción de que el coronavirus andaba por el este. Esa sensación de invulnerables, de inmortales,  de que trascendemos a todo lo mundanal ha quedado aplastada contra la realidad.

Señala Freud en Malestar en la Cultura, “el destino de nuestra especie será decidido según la cultura logre hacer frente a la pulsión de de agresión y autodestrucción”.
Diría, para acabar, que en ese sentido nos encontramos ante una encrucijada de enorme trascendencia, me gustaría saber que diría Freud al respecto.

Cándido Sánchez Zafra
www.laeraespacioabierto.es



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