La regulación de esfínteres es otro de esos pasajes que se entienden, en general, como una demanda del adulto ante la cual los pequeños han de responder sin más, o sea, obedecer.
Los padres y/o las educadoras un buen día dicen: “les vamos a quitar el pañal", venga¡¡.
¿Y los niños y las niñas pueden decir algo?.
Cuando los niños permanecen sin regular los esfínteres y se prolonga en el tiempo de forma discontinua, es en general por la actitud severa, ambivalente, de desconfianza o por una demanda precoz de los adultos.
Y en consecuencia esos niños sedimentan toda una variedad de síntomas que pueden perdurar en la vida adulta, en relación a la micción y la defecación.
Darwin dijo: “Las especies que sobreviven no son las especies más fuertes, ni las más inteligentes, sino aquellas que se adaptan mejor a los cambios”. Sin embargo, en nuestra sociedad para tener éxito (un determinado éxito) es necesario obedecer al otro, y lo más pronto posible dando a entender ser inteligente.
Las expectativas de las familias puestas en sus hijos e hijas junto a la escolarización a partir de los 3 años ha supuesto una precipitación de la infancia a responder a condicionantes sociales sin la estructura madurativa necesaria y esa exigencia tan precoz tiene sus consecuencias. Estar sentado, hábitos de higiene, rutinas estancas, atención y concentración cuando al niño lo que verdaderamente le interesa, por su maduración y evolución, es jugar, compartir, socializarse, crear e investigar.
Insisto, demandarle a una persona una respuesta antes de que se encuentre suficientemente madura emocionalmente conlleva posibles secuelas.
Algunas familias sienten una gran presión por la demanda propia o de la escuela para que los pequeños no lleven pañal antes de su escolarización a los 3 años. Es una barbaridad, evidentemente. Ya que lo menos importante en esa premisa es lo que las niñas y los niños tengan que decir al respecto.
Y curiosamente, en la cuestión que tratamos, quien realmente tiene que decir es el niño y la niña. El cambio de posición es fundamental, lo que se pide es de lo más íntimo. Me explico. El ser humano llega al mundo totalmente desvalido, incapaz de sobrevivir por sí mismo. Necesita irremediablemente a otro que le sostenga y que le permita vivir. Un otro que transforma el grito en demanda dando diferentes significados y estableciendo desde el principio un lenguaje al que incorporarse, tanto cuando esos gritos son escuchados como demandas físicas (calor, hambre…), como cuando son demandas afectivas (abrazos, sonrisas…). El adulto tiene una posición activa dando significado pero a la vez respondiendo a la llamada.
En el paso al váter las posiciones se cambian, el adulto hace el llamado, y es el niño y es la niña quienes ponen una nuevo significado a sus heces (un don para el otro), ya que hasta el momento era una simple deposición en el pañal.
La maduración neurológica para poder percibir y reconocer los estímulos de los esfínteres se sitúa en los dos años y medio. Pero la percepción sensorial del propio cuerpo es algo que se va construyendo, se ha ido significando por la madre (quien cuida): “se ha hecho caca” y lo cambia a la vez que le habla, lo acaricia y lo complace.
Además, el cuerpo es concebido por el pequeño como un puzzle, partes desunidas que formarán un todo. La pérdida de una de las piezas (caca) es vivida como un caos. Por eso es muy importante que el pequeño, por sí mismo, vaya tomando mayor consciencia de su cuerpo, mayor sensibilidad de sus partes erógenas.
Cómo viven la madre y el padre esta situación marca la adquisición del niño y de la niña en un sentido u otro. No es lo mismo la naturalidad de un baño sin reglas estrictas de entrada y salida, la posibilidad de ver e imitar, que un baño con reglas inflexibles y muy escrupuloso.
Expulsar tiene gratificación al relajar la musculatura y permitir que salgan las heces, y a la vez es también agradable la retención al guardar heces como algo propio que por primera vez es solicitado desde fuera. En esta fase juega un papel esencial la posición de la madre y el padre.
Familias que entienden que siempre hay tiempo, y familias del cuanto antes mejor. El niño y la niña terminarán por conseguirlo cuando estén preparados, pero la cuestión está en el cómo.
Algunas familias se ofrecen a la conquista del niño en el control de esfínteres. Le suplican que lo haga en el váter. Hacen una fiesta cuando lo hace bien y se desmoronan al no hacerlo correctamente. El niño, mientras, es el rey.
Otras familias son severas, pueden competir con otros padres y madres del cole a ver cuál de los niños regula primero los esfínteres. Pueden llegar a castigar e interpretan que es una cuestión de inteligencia.
Dar y retener. Generosidad y egoísmo. Lo propio y lo del otro. Lo interno y lo externo son conceptos que se elaboran inconscientemente al manejar estas funciones que como vemos tienen que ver con el cuerpo pero a la vez con la posición entre el sujeto (niño) y el otro (adulto).
Y sin embargo será el pequeño quien va a decir la última palabra: “Estoy preparado”. Son ellos y ellas quienes nos indican si les interesa, si tienen deseo de imitar lo que hacen los adultos, lo que hacen otros niños y niñas mayores. Pero también son ellos y ellas quienes padecen las consecuencias (encopresis, estreñimientos, obsesión por el orden…) de las exigencias de unos adultos que piensan sobretodo en su comodidad (antes del verano) o bien que relacionan equivocadamente la maduración (precoz) con el éxito, o con mayor o menor inteligencia.
Si les ayudamos a adaptarse a los cambios durante la infancia con flexibilidad y además escuchándoles favorecemos el manejo de los cambios futuros.
Cándido Sánchez Zafra.
La era. Espacio abierto.
Psicología clínica. Logopedia. Atención Temprana.
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